
Actualmente gran parte de la población vive en un medio urbano. Sin embargo, si hablamos de nosotros mismos como especie, aparece otra verdad indisoluble: el ser humano lleva “poco tiempo” en este tipo de hábitat. Por otro lado, los entornos urbanos conllevan una serie de beneficios como mejora de la productividad económica, facilita la eficiencia de los servicios y racionalización de la vida.
Es obvio que las ciudades nos hacen la vida más cómoda y fácil. El problema es que también nos crean sensaciones negativas, como falta de control, la dependencia o la despersonalización. Las urbes están llenas de situaciones que requieren nuestra atención, lo que nos produce una sobrecarga de información que puede derivar en estrés.
Esto afecta no sólo a los adultos, sino también a los niños. Además, lo hace de una forma concreta. Muchas veces, los niños carecen de tiempo para jugar al aire libre debido al ritmo de vida de la gente en la ciudad y/o a la saturación con actividades extraescolares. Por otro lado, suele haber pocos espacios seguros y adecuados donde puedan socializar.
Todo ello influye en el desarrollo de los pequeños y en su salud. De hecho, se ha registrado un aumento en la aparición de trastornos crónicos de la salud en los infantes, especialmente en los entornos urbanizados: obesidad, asma, trastorno por déficit de atención e hiperactividad y déficit de vitamina D.
El ser humano necesita el contacto con la naturaleza. Se ha comprobado que solemos preferir los lugares naturales por encima de los artificiales hechos por nosotros. De hecho, nos vemos beneficiados cuando pasamos tiempo en ese tipo de entornos. Se ha encontrado que la naturaleza puede contribuir a recuperar nuestras capacidades psicológicas después de una tarea que requiera esfuerzo mental intenso o sostenido durante un periodo de tiempo largo.
También nos ayuda a reponernos de eventos estresantes y promueve estados de ánimo más positivos. Y esto en los adultos. En la población infantil también se han encontrado beneficios de este contacto con la naturaleza.
Hay estudios que indican que, cuanta más naturaleza haya cerca del lugar de residencia, mayor es la capacidad de los niños para controlar los impulsos, concentrarse y retrasar la gratificación. En cuanto al tiempo de ocio, se ha encontrado que los niños juegan más, con un mayor número de niños, de forma más creativa e incluso compartiendo más tiempo de calidad con los adultos.
Además, el contacto con la naturaleza puede amortiguar el efecto negativo del estrés en los niños. También se ha encontrado que la presencia de entornos naturales en la zona residencial favorece su autoestima y reduce el malestar psicológico. Así mismo, expresan sentimientos más positivos. Estos resultados también se observan si hay más espacios verdes en el patio del colegio y sus alrededores.
En base a estos beneficios psicológicos, sociales y afectivos, es interesante tener en cuenta esto para mejorar el desarrollo de nuestros pequeños. El caso no es que tengamos que dejar de vivir en las ciudades, sino que disfrutemos de los espacios naturales que encontramos en ellas y fomentemos su uso desde edades tempranas.